Soy un día de febrero entre tus manos,
la sombra que abrazas en las noches de invierno
y todos los pálidos otoños cerca de tu cama
cuando callejeabas del salón al baño,
del baño a la habitación
dejando pasar el aire por las ventanas
antes de cerrar los ojos.
Soy la mañana que murió el pequeño,
cuando cerraste los puños,
rígida de dolor,
la columna inerte
y todo lo que ya no quedaba de ti aplastado en la garganta.
Soy las madrugadas de heroína que se llevaron sus vidas,
la del pequeño y el mayor de tus hermanos.
Cada una de las gotas que reptaron por tus rostro hasta la labios
y el sabor salado sobre la lengua.
Soy Amancio Prada por las mañanas cantando
como si estuvieras sola
dejando para después los quehaceres.
Soy los poemas y las canciones que me despertaron cada sábado
y las letras que ahora yo canto.
Soy la pintura en la orilla de tus ojos,
el calor del brasero
y las mantas enredadas en la espalda.
Soy los árboles que esperan a la primavera
cuando cae el agua de las fuentes.
Soy las nuevas ciudades donde vives
y las casas que te guardan.
Los nuevos idiomas
y las palabras que dan la forman a tu boca.
Soy cuando me miras
un eucalipto de 60 metros de altura y tallo recto.
Hojas de 30 cm de longitud,
brillantes y duras,
de flores solitarias
y abundantes semillas.
Soy porque me miras.