A MI MADRE

Soy un día de febrero entre tus manos,
la sombra que abrazas en las noches de invierno
y todos los pálidos otoños cerca de tu cama
cuando callejeabas del salón al baño,
del baño a la habitación
dejando pasar el aire por las ventanas
antes de cerrar los ojos.

Soy la mañana que murió el pequeño,
cuando cerraste los puños,
rígida de dolor,
la columna inerte
y todo lo que ya no quedaba de ti aplastado en la garganta.
Soy las madrugadas de heroína que se llevaron sus vidas,
la del pequeño y el mayor de tus hermanos.
Cada una de las gotas que reptaron por tus rostro hasta la labios
y el sabor salado sobre la lengua.

Soy Amancio Prada por las mañanas cantando
como si estuvieras sola
dejando para después los quehaceres.
Soy los poemas y las canciones que me despertaron cada sábado
y las letras que ahora yo canto.

Soy la pintura en la orilla de tus ojos,
el calor del brasero
y las mantas enredadas en la espalda.
Soy los árboles que esperan a la primavera
cuando cae el agua de las fuentes.

Soy las nuevas ciudades donde vives
y las casas que te guardan.
Los nuevos idiomas
y las palabras que dan la forman a tu boca.

Soy cuando me miras
un eucalipto de 60 metros de altura y tallo recto.
Hojas de 30 cm de longitud,
brillantes y duras,
de flores solitarias
y abundantes semillas.

Soy porque me miras.

DESAHUCIO

Dos días después de mi muerte vendieron mi casa.
Se llevaron todas las habitaciones,
la de los juegos y las visitas.
Desnudaron los pasillos,
derribaron las puertas.
Abrieron las paredes dejando,
apenas,
humo que se aleja en una luz infinita.

Fatigada, con los dientes partidos,
con el alma derrotada,
cuento
todo lo que me quitaron,
por lo que hoy he muerto.

Se llevan todos los días, desde la primera hora.
Ya no huelen los chopos en las ventanas,
ya no huele la furia entre las sábanas.
Ahora, mi casa no huele a nada.
La noche apagó sus latidos,
enmudeció el silencio para siempre.

Ahora que he muerto,
se venden cajones cuidados, muebles seminuevos,
sofás cómodos y de calidad, mesas de todos los tamaños.
Se venden zapatos de bebé sin estrenar
y su ropa,
Se venden sus risas, los ojos, la boca.
nada existe.

Mi sombra desnuda en el suelo apaga las luces apretando fuerte la tripa.
Venden mi casa,
y todas las canciones bailadas,
la música suena.
Una luz retumba en mi pecho.